La palabra clave de toda
La conversión es el cambio del corazón. No basta con darse golpes de pecho, con ayunar y echar ceniza en la cabeza. No es suficiente rasgar el vestido, hay que “rasgar el corazón”.
Si tienes el corazón viejo, tienes que rejuvenecerlo y revitalizarlo, hasta conseguir un corazón nuevo.
Si tienes el corazón pequeño, ruin, tienes que estirarlo y hacerlo crecer, que sea un corazón grande, ensanchado y dilatado, como el de Abraham, como el de Jesús, como el de Pablo, como el de M. Carmen, para que quepan en él todos los hermanos.
Si tienes un corazón inflado, orgulloso, tienes que vaciarlo y podarlo, quitarle sus humos y grandezas, hasta hacerlo humilde y ponerlo a servir, como el de Cristo.