Hoy, en la Fiesta del Bautismo de Jesús, finalizando el Tiempo Litúrgico de la Navidad y comenzando con el Tiempo Ordinario, queremos estrenar una nueva sección de nuestro blog: FRUTOS DE BENDICIÓN.
Un espacio donde las Religiosas Concepcionistas iremos compartiendo nuestra vocación.
Sta. Carmen Sallés, en una de sus cartas, les decía a las Religiosas que la Congregación Concepcionista era la TIERRA DE BENDICIÓN (Carta de 1.908) Y ha sido en esta "tierra" donde algunas semillas fueron cayendo, germinando, creciendo... y, bajo la mirada amorosa de la Virgen Inmaculada y al cuidado del mejor Jardinero, Jesús, han ido dando sus frutos: FRUTOS DE BENDICIÓN.
Deseamos os guste y, sobre todo, os ayude a descubrir y valorar la vocación religiosa concepcionista y los frutos de bendición que estas religiosas han sido y son para la Congregación y la Iglesia.
Jesús continua cultivando esta Tierra, y sigue echando semillas..., sigue llamando a jóvenes, futuras vocaciones, que deseen seguirle y dar fruto en la vida concepcionista.
M. Rosario Moreno, actualmente misionera en el colegio concepcionista de Jiutepec, México, inaugura esta sección.
SOBRE MI VOCACIÓN
En
estos días en que se revive de forma especial la manifestación del Señor y en
que suelo hacer memoria histórica de la manifestación del Señor en mi vida, me
llega la sugerencia de que escriba sobre mi propia vida y mi vocación,
así que me pongo a relatar algo desde la Luz de Dios que se manifiesta. Creo
que toda vida es vocación porque la vocación ¿qué es en sí misma? Poco o
casi nada. En estos días de epifanía, de manifestación, a la luz de la Palabra
de Dios en que le preguntan a Juan Bautista Tú: ¿Quién eres? y él no
responde quién es en sí mismo sino en relación con Jesús, me ha sugerido
que puedo poner mi vocación en este espejo y contestar a lo que se me
pregunta sobre mi itinerario vocacional desde esta pregunta ¿Quién soy yo en mi
relación con Jesús? Porque ¿Quién soy yo en mí misma y qué es mi vocación desde
mí? Nada. Si algo soy lo soy desde Dios, desde Jesús, el Dios Encarnado y sólo
desde Él puedo ver mi historia, mi itinerario vocación.
Tras el largo preámbulo, comienzo: “Yo he nacido en esos llanos de la
estepa castellana…” retomando el verso de Gabriel y Galán. Nací en una
tierra pobre y fría en invierno cuyas nieves y hielos curtían las manos y hasta
el aliento, tierra que florecía en primavera y calentaba el corazón, que se
volvía seca en el verano de recogida de mieses y dura y árida en el otoño y
nuevo invierno. ¿Por qué relato el recorrido de las estaciones? Porque creo que
éstas también determinan la personalidad. Mi vida se fue haciendo al ritmo de
la Naturaleza. Nací en pleno otoño y por tanto fui engendrada en invierno.
También eso tiene su importancia, pues al calor de la lumbre, al fuego de una
casa familiar y muy numerosa, se fraguó mi infancia vocacional. En mi pueblo
segoviano se vivía un ambiente familiar y de hondas raíces cristianas, no
exento de dificultades. Bebí la fe como por ósmosis, las celebraciones del
pueblo eran cíclicas y siempre en torno al Misterio cristiano; las fiestas del
Señor, de María y de los santos enmarcaban las fiestas del pueblo.
Creo que esas raíces austeras, familiares, de ambiente difícil y acogedor
dieron una pauta importante a mi vida e historia vocacional. Mi madre fue
determinante y también la vocación de una hermana como monja de clausura cuando
apenas tenía yo 3 años. Las peleas familiares de largos meses que presencié en
ese tira y afloja de la determinación de mi hermana por seguir una vida casi
incomprensible cuando tanto se la necesitaba en casa, fueron sin duda
importantes en mi infancia ¡según me dijeron luego fui yo la que “desvelé” por
el pueblo que mi hermana “se iba de monja”.
Después llegarían las cartas, las visitas a ese convento, las directas e
indirectas a ir para allá, las revistas con los santos y misioneros que
llegaban a casa… y así llegó la adolescencia que pedía “salir de la casa
paterna e ir donde se me indicara”. Como si fuera en pequeño la llamada de
Abrahán salí a mis 13 años a un lugar de Aspirantado concepcionista donde no
fue fácil vivir mi adolescencia, bastante rebelde por cierto, en medio de una
dura disciplina y los compromisos en la vida de fe (oraciones, pláticas,
prácticas religiosas,…) que fui asimilando sin gran dificultad, no así
el ambiente que era bastante exigente.
Las
llamadas vocacionales ahí eran casi continuas. Muchas de mis amigas salieron
del colegio, algunas bastante “rebotadas” pero otras iban al Noviciado y ¿yo
qué hacer? Me atraía más salir a la aventura del “mundo” como muchas de mis
amigas pero...,¡ocurrió una llamada que siempre la vi determinante y
“providencial”: la muerte de mi padre cuando apenas tenía 16 años. ¿Qué hacer?
¿Complicar más las cosas en casa o “probar” a descubrir más a Jesús, quien ya
se me había ido metiendo poco a poco en el corazón? ¿Ensayar a dejarme enamorar
por un joven muchacho que me atraía o emprender una vida, que intuía que no iba
a ser fácil, pero que me daría más felicidad en la entrega a los demás,
especialmente en la educación?
Tiempo difícil de discernir por dónde me quería el Señor. Siempre he sido
rebelde, buscadora y hasta insatisfecha… me he caracterizado por “correr
riesgos” mejor que quedarme con lo conocido. Me seduce eso que dice el Papa
Francisco que prefiere a una iglesia herida porque sale y se arriesga a una que
queda aparentemente “sana” pero que en realidad está enferma porque vive para
sí… esa ha sido siempre mi forma de ser y actuar: arriesgarme ¡y vaya si he
tenido heridas en mi cuerpo y en el alma! He salido herida en el campo de
misión y en el de la comunidad, en el tiempo la adolescencia, la juventud y la
madurez, hasta hoy, pero así he tenido que recurrir una y mil veces a dejarme
curar por mi Buen Pastor que es Jesús.
Mi itinerario vocacional ya ha discurrido por muchos valles y barrancos, por
desiertos y vergeles…, he probado muchos alimentos que me han hecho daño y
otros en cambio mucho bien, he bebido en muchas fuentes, unas de agua clara y
otras casi contaminada… pero de todas he aprendido y de ellas me ha sacado el
Señor y conducido hacia las Fuentes de la Vida que es Él mismo.
Mi
historia vocacional ya es larga. Digo que he pasado la cuarentena del desierto.
Con frecuencia añoré “los ajos y cebollas” que dejé en mi “antiguo Egipto”, me
rebelé cuando me faltaba el pan y el agua en la larga travesía de los días y
los meses áridos, sin apenas vislumbrar la “Tierra prometida”. Es larga la
travesía del desierto y cansa… pero hoy, echando la vista atrás siento que mi
vida ha madurado en los largos veranos y he recogido el fruto otoñal porque me
he dejado purificar en los inviernos duros con el viento frío y el hielo y sembrar
en las primaveras de muchas personas y experiencias que han enriquecido mi
vida.
Ha
merecido la pena esta travesía y sé que al final de mis días tendré que repetir
mi estribillo que me acompaña: “tú lo sabes todo, mi Señor, sabes que te
quiero”. En ese “todo” va todo… que sería muy largo de relatar y terminar con
un TE QUIERO. A pesar de todo: TE QUIERO, Tú eres la razón de mi vida, Tú eres
mi Señor, mi Fuente, mi Pan y mi Agua, mi Vida y mi Plenitud.
México, 5 de enero de 2014