“Santiguarnos al salir de casa es poner en manos de Dios todo lo que va a
ocurrir durante la salida. ¿Qué importa que pueda producir una sonrisa irónica
o, incluso, una palabra amenazante?”
REFLEXIÓN DE M. ANA ROSA GORDO, rcm
Este eco de M. Carmen resuena en mí como una armonía a
tres voces: identidad, confianza y libertad interior. ¡Música, Maestro!
Al santiguarme, estoy marcando mi cuerpo con una cruz.
Ahora que tanto se llevan los tatuajes, atrévete a marcar tu cuerpo, sin
necesidad de tinta y agujas. Porque, ese gesto, ofrece también un testimonio
visible de tu identidad como creyente. ¡No me avergüenzo de lo que soy! ¿Y tú?
¿Te sientes orgulloso de ser hijo de Dios y de creer en Él?
Y hablando de lo que ahora se lleva, abro el menú de
emoticonos de whatsapp y tengo 28 símbolos de manos y brazos, cada uno con su
significado. Y nos encanta, ¿verdad? Porque es posible comunicar mucho con un
sencillo símbolo. Pues lo mismo ocurre con el sencillo símbolo de santiguarse;
estamos diciendo a Dios, a nosotros mismos y a cuantos nos vean: “Dios mío, te
pertenezco y sé que Tú cuidas de mí.” ¡Confío!
Pero hay ocasiones en que nos condicionamos por el qué
dirán y, en lugar del signo de la cruz, hacemos un gesto híbrido entre alisarse
el flequillo, rascarse la nariz, disimular un bostezo y abrocharse un botón. O,
directamente, no lo hacemos. Es, cuando menos, curioso que santiguarse en
público parece sólo reservado a futbolistas y toreros. Pues, aunque no saltes a
un terreno de juego o a una plaza de toros, te animo a que valores la fuerza de
este signo y que seas libre y valiente a la hora de exteriorizarlo.
Concluyo con una frase atribuida a San Francisco de Asís
que me ha servido de inspiración en muchos momentos: “Anuncia el Evangelio en
todo momento y, si es necesario, usa palabras.” ¡No subestimes el poder
evangelizador de la señal de la cruz!