Una experiencia vivida, es como una pequeña luz en nuestro interior, que ilumina nuestra propia vida. Una experiencia compartida, es el fenómeno maravilloso de repartir esa luz a otras personas e iluminarlas y enriquecerlas con lo que hemos vivido.
La experiencia de la canonización, no es sólo para guardarla en nuestro corazón y gozar interiormente con todo lo vivido, sino que es para COMPARTIRLA y LLENAR DE LUZ la vida de otros, siendo testigos de la santidad de Madre Carmen, comprometiéndonos a iniciar también nuestro propio camino de santidad.
Algunos "testigos presenciales" de la canonización en Roma, van a ofrecernos esa luz de su experiencia a través de nuestro blog, a lo largo de este curso escolar. Os animamos a seguir enviándonos al correo del blog vuestras experiencias, para ser, como decía M. Carmen, "aljibes que se llenan... para después repartir".
María Cadarso, profesora del colegio de Madrid-Princesa, estrena esta nueva sección de testimonios de la canonización. ¡Gracias por compartir e iluminar nuestras vidas!
Un viaje no es un destino al que
llegar, sino todo un proceso en el que se incluyen la preparación, el momento
de partir, los actos centrales, el retorno y los frutos. Una aventura en la que
hay de todo; alegrías, dificultades y, sobre todo, providencia.
En cuanto supe que iban a
canonizar a Madre Carmen tuve claro que yo tenía que estar allí, en la Plaza de
San Pedro, frente al gran tapiz con el rostro sereno de la nueva santa. Y así
fue, el 19 de octubre tenía la maleta preparada, la tarjeta de embarque impresa
y el DNI en mano. A primera hora de la mañana, un grupo de profesores, hacíamos
la cola para, después de haber comprobado que nuestras maletas tenían el tamaño
y peso reglamentario, ocupar nuestros asientos y partir rumbo a Roma.
Llevábamos los pañuelos
conmemorativos guardados, no teníamos distintivos visibles, pero en nuestras
caras podíamos reconocer una sonrisa especial, íbamos todos (padres, alumnos,
exalumnas, profesores…) al mismo lugar, para el mismo acontecimiento.
Nos alojamos cerca del Vaticano y
dedicamos ese primer día a visitar parte de la ciudad. Quien conoce Roma sabe
que es una suerte estar en ella. El sábado por la mañana, repetimos la sesión
de turismo y, por la tarde, nos dirigimos a la vigilia, el primer gran momento.
Llegué sin saber qué iba a suceder realmente y encontré una celebración en la
que se hizo el silencio, el silencio
propició la oración y la oración me hizo entrar a mí, personalmente, en lo que
estábamos viviendo; no sólo celebrar que Madre Carmen iba a ser canonizada,
sino que a mí también se me había llamado a lo mismo: a ser santa, y no de
forma espectacular, sino, sencillamente, haciendo mi tarea de cada día. Los
bailes, las canciones, las representaciones, las banderas contribuyeron a crear
un ambiente festivo y así, al salir del auditorio, los semblantes eran todos de
alegría. Encuentros, reencuentros, fotos, enhorabuenas; una gran familia
reunida para una gran fiesta.
Y, por fin, llegó el domingo. Llegó
cuando aún no había amanecido, no dio tiempo ni al café de la mañana, eran
siete beatos y una sola plaza en la que meternos todos. El tiempo nos había
acompañado hasta ese momento, lejos de las agoreras predicciones, el sol había
despejado todo rastro de lluvia. A las siete de la mañana estábamos haciendo
cola para entrar, a través del control policial, en la plaza. Gente, más gente:
filipinos, italianos, alemanes, españoles, estadounidenses, laicos, religiosas,
sacerdotes, un gentío inmenso agolpado e impaciente, esperaba a que, a las
ocho, nos dejasen pasar. Y así fue, a las ocho se abrió el paso y, entre
empujones y pisotones, pudimos acceder a la plaza, corrimos por ella y
conseguimos, absolutamente sorprendidos, sentarnos en un sitio privilegiado, todo
un regalo.
Nada es por casualidad, por
insignificante que parezca, todo lo que acontece en nuestra vida está pensado
por Dios para conducirnos a Él. Yo, que hacía no muchos años había conocido a
las MM. Concepcionistas, me encontraba en medio de una Eucaristía, presidida
por el Santo Padre en la que nacía, para toda la Iglesia, una nueva Santa.
Conocía su vida, algunas de sus frases, había estado junto a su cuerpo, había
pedido su intercesión en momentos difíciles de mi vida y ahora, en su
canonización, entendía que todo ello debía conducirme a Él, tomándola a ella
como ejemplo.
Y así; la vigilia fue un
encuentro, la Eucaristía un regalo y la convivencia con el grupo de compañeros,
un descubrimiento.
María Cadarso Mateos
María Cadarso (tercera por la izquierda) junto a otros profesores del colegio de Princesa.