Gracias Jessi, por abrirnos tu corazón, ese que dejaste aquellos días, junto a María.
No estaba
preparada para este encuentro. El encuentro con La Inmaculada Concepción. El
día anterior había perdido mi pasaporte. Después de buscarlo durante un buen rato,
recuerdo haber rezado: "Bueno, Dios, si no quieres que vaya, no iré.",
y en menos de 24 horas estaba en un avión tratando de ocultar lo verdaderamente
nerviosa que estaba. Podrías pensar que eso sería lo único que se interpondría
en nuestro camino a Lourdes, pero no. Entre la lluvia, inundaciones, los trenes
cancelados y las horas buscando un lugar para descansar, parecía que la vida
nos decía que volviéramos a casa, pero a las 19:30 ya estábamos cenando en
Lourdes, Francia. ¿Divina Providencia? Tal vez.
Tuvimos la
oportunidad de recorrer los lugares y la vida de Santa Bernardette. Aquí vi muchos
paralelismos entre su vida y la mía. Bernardette se encontró con María en un
momento de su vida en el que estaba aprendiendo y profundizando en su fe, como
yo, y como supongo que todos nosotros día tras día. En las primeras tres
apariciones, María no habló con Bernardette. No hubo dialogo y, sin embargo, ella
regresaba a la gruta para verla. Y allí estaba yo, aproximadamente a la misma
distancia que ella, rogándole a María que me hablase, como cuando un niño tira
de la pierna de su madre pidiendo una chuche. Al final, María habló, pero no
como pensé que lo haría, sino precisamente como una madre le hablaría a su
hija.
Me hizo mucha
ilusión ver tanta gente. Fue como un recordatorio de que nunca estoy sola en mi
fe. En el rosario de antorchas pude sentir la profunda fe y devoción de todas
esas personas unidas en oración. A pesar de que había miles de personas, uno no
se sentía agobiado, había una sensación de paz en todas partes y en todo
momento. También tuvimos la oportunidad de hacer el viacrucis. Fue realmente
impresionante porque a pesar de que nuestro grupo lo hacía por separado de los
otros peregrinos, fue como acompañarlos en su cruz: compartir en oración y
esperanza. Qué bonita es nuestra fe, que nos pide acompañarnos los unos a otros
en tiempos difíciles.
También tuvimos la
bendición de ser voluntarias en las piscinas. Para mí, realmente fue como ver
la vulnerabilidad de las personas. Las personas entraban en un pequeño cuarto y
dejaban sus preocupaciones, sus angustias, sus ansiedades, y al terminar se
marchaban sabiendo que habían sido renovados por Dios. A pesar de que todo era tan
bonito… yo estaba tan asustada que no lo podía ocultar, mi rostro me delataba.
Al final del día, me sentí como si no fuera nadie, pero en el mejor de los
sentidos. No hice nada y fui testigo de todo. Fue como ver a Dios hacer todo el
trabajo, y tuve la suerte de estar allí. La Madre Teresa lo dice mejor
"Soy un pequeño lápiz en las manos de Dios. Él piensa. Él hace la
escritura. Él hace todo ... ". Ese día yo era un lápiz.
Después de todo lo
que he experimentado, creo que realmente dejé mi corazón en la gruta. María se
encontró con Bernardette en el lugar más feo del pueblo, y eligió encontrarse
conmigo precisamente en uno de los momentos más desordenados de mi vida. En mi encuentro
con ella, me invita a repetir su 'hágase' y con María descanso mi mente y mi
corazón sabiendo que solo estoy tratando de hacer lo que ella hizo. La miré en
la gruta y ella se volvió hacia mí y me dijo: "haz lo que Él te diga".
Ante la simplicidad de las palabras de una madre amorosa, dejé mi corazón. Me
fui con ganas de reflejar la belleza de mi madre, y hasta el día de hoy sigo
intentándolo. Quiero volver, quiero verla de nuevo, pero como toda buena madre,
ella no está tan lejos, y no me dejará sola.
Grupo de voluntarias con Jessi y M. Nieves Galey