¡Gracias, Sally, por tu testimonio sencillo y cercano! Ojalá contagies a muchos del espíritu solidario y del entusiasmo de servir y ayudar a los demás.
(Testimonio en inglés, traducido por M. Mónica Martínez)
Soy una joven, de 26 años y reconozco que tengo muchas oportunidades y ventajas para compartir el amor de Dios con el mundo. Mi plan era hacer exactamente eso, una visita a un pueblo en las Filipinas para pasar allí un poco de tiempo experimentando la cultura y enseñando inglés en la Escuela Beata Carmen Sallés. Con esa experiencia esperaba ganar un poco de conocimiento para enseñar a estudiantes que no tienen todas las ventajas que Estados Unidos ofrece, y tratar de ayudar a jóvenes menos afortunados que los de mi país. Poco podía pensar que aprendería también muchas lecciones de vida sobre la paciencia, la alegría de corazón, la humildad y la paz, tanto en el terreno educativo como en la vida diaria.
Mi experiencia, fue muy valiosa, aunque sólo fue un mes. Cuando llegué a Manila me sentí intimidada porque parecía tan distinta a todos los demás y porque estaba a miles de millas de mis seres queridos. Las Hermanas María, Gemma y Mikaela fueron tan comprensivas y me recibieron con tanto cariño que, aunque tenía miedo, sentía ya la presencia de Jesús en la bellísima residencia donde viven con jóvenes universitarias.
Cuando llegué a Bacolod, me dieron la bienvenida con caras muy sonrientes, con muchas preguntas y con una actitud muy amable, tanto las Hermanas como los niños de la escuela. No puedo describir como fue cada día, o como se abrió mi corazón a los niños y a la comunidad. En lugar de eso, describiré algunos momentos que marcaron un viaje con amor sencillo.
Uno de mis momentos favoritos del día era el de fregar los platos después de la cena. Cada una hacía una tarea y trabajaba sin quejarse. Se oían un montón de lenguas a la vez alrededor de la cocina –desde el coreano, al inglés, al español, a veces en una misma frase –me encantaba observar y escuchar a las religiosas que trabajaban y se divertían unas con otras durante esos ratos tan sencillos.
Ofrecer mis clases de inglés y jugar en el recreo me enseñó muchas cosas –los niños no sólo querían saber cosas sobre mí, sino también querían enseñarme juegos, frases en “ilongo” y compartir cualquier cosa que tenían conmigo. Esta gente, que viven en situación de pobreza, estaban deseosos de darme cualquier cosa que pensaban que podría hacerme sentir más cómoda. Nunca vi ni oí quejas; en su cara sólo había sonrisas y alegría. Cada niño me dio su mejor esfuerzo en aprender. Vi mucho esfuerzo y participación en la clase y una actitud diligente, como si tuvieran que ganar la educación, no simplemente que la merecen. Esta es la mayor diferencia que encontré entre los alumnos en Filipinas y mis estudiantes de América.
Los momentos de oración eran muy especiales. Rezar con las Hermanas me causó un nuevo asombro de nuestro Dios todopoderoso, y después de poco tiempo andaba con la sencillez de corazón de quien aprecia la grandeza de Dios más de lo que solía hacerlo. El ver la devoción de las Hermanas y de las jóvenes aspirantes a una vida de simplicidad y servicio a los alumnos, renovó en mí el respeto por la vida religiosa, como no lo había experimentado antes.
Esta es la cultura de un pueblo que no entiende la vida sin trabajar y sin amar. Trabajan todo el día, y no mendigan lo que reciben sino que lo ganan con trabajos muy duros y difíciles para proveer de comida a la familia. Siempre tienen una fe fuerte y viven con confianza en nuestro Salvador. Yendo de América donde algunos están acostumbrados a recibir sin trabajar, sólo pidiendo, me sorprendió el esfuerzo de la gente de Bacolod tratando de vivir su vida diaria. El sistema de valores es fuerte, las familias están unidas, y el amor abunda en esta gente. Sólo pido a Dios que sepa compartir un poco de la alegría y la paz de Cristo que recibí mientras estaba en las Filipinas. Echo de menos a la comunidad y pienso y rezo por ellas todos los días. Mi experiencia fue de verdad encantadora y digo GRACIAS a todas las Hermanas Concepcionistas, especialmente a Pilar, María, Gemma, Mikaela, Agnes No, Agnes Jang, Regina, Priscila y las aspirantes por hacer mi viaje tan provechoso y enriquecedor, no solo culturalmente, sino también en mi fe.
Sally Lucas
Clovis, California, USA
Mi experiencia, fue muy valiosa, aunque sólo fue un mes. Cuando llegué a Manila me sentí intimidada porque parecía tan distinta a todos los demás y porque estaba a miles de millas de mis seres queridos. Las Hermanas María, Gemma y Mikaela fueron tan comprensivas y me recibieron con tanto cariño que, aunque tenía miedo, sentía ya la presencia de Jesús en la bellísima residencia donde viven con jóvenes universitarias.
Cuando llegué a Bacolod, me dieron la bienvenida con caras muy sonrientes, con muchas preguntas y con una actitud muy amable, tanto las Hermanas como los niños de la escuela. No puedo describir como fue cada día, o como se abrió mi corazón a los niños y a la comunidad. En lugar de eso, describiré algunos momentos que marcaron un viaje con amor sencillo.
Uno de mis momentos favoritos del día era el de fregar los platos después de la cena. Cada una hacía una tarea y trabajaba sin quejarse. Se oían un montón de lenguas a la vez alrededor de la cocina –desde el coreano, al inglés, al español, a veces en una misma frase –me encantaba observar y escuchar a las religiosas que trabajaban y se divertían unas con otras durante esos ratos tan sencillos.
Ofrecer mis clases de inglés y jugar en el recreo me enseñó muchas cosas –los niños no sólo querían saber cosas sobre mí, sino también querían enseñarme juegos, frases en “ilongo” y compartir cualquier cosa que tenían conmigo. Esta gente, que viven en situación de pobreza, estaban deseosos de darme cualquier cosa que pensaban que podría hacerme sentir más cómoda. Nunca vi ni oí quejas; en su cara sólo había sonrisas y alegría. Cada niño me dio su mejor esfuerzo en aprender. Vi mucho esfuerzo y participación en la clase y una actitud diligente, como si tuvieran que ganar la educación, no simplemente que la merecen. Esta es la mayor diferencia que encontré entre los alumnos en Filipinas y mis estudiantes de América.
Los momentos de oración eran muy especiales. Rezar con las Hermanas me causó un nuevo asombro de nuestro Dios todopoderoso, y después de poco tiempo andaba con la sencillez de corazón de quien aprecia la grandeza de Dios más de lo que solía hacerlo. El ver la devoción de las Hermanas y de las jóvenes aspirantes a una vida de simplicidad y servicio a los alumnos, renovó en mí el respeto por la vida religiosa, como no lo había experimentado antes.
Esta es la cultura de un pueblo que no entiende la vida sin trabajar y sin amar. Trabajan todo el día, y no mendigan lo que reciben sino que lo ganan con trabajos muy duros y difíciles para proveer de comida a la familia. Siempre tienen una fe fuerte y viven con confianza en nuestro Salvador. Yendo de América donde algunos están acostumbrados a recibir sin trabajar, sólo pidiendo, me sorprendió el esfuerzo de la gente de Bacolod tratando de vivir su vida diaria. El sistema de valores es fuerte, las familias están unidas, y el amor abunda en esta gente. Sólo pido a Dios que sepa compartir un poco de la alegría y la paz de Cristo que recibí mientras estaba en las Filipinas. Echo de menos a la comunidad y pienso y rezo por ellas todos los días. Mi experiencia fue de verdad encantadora y digo GRACIAS a todas las Hermanas Concepcionistas, especialmente a Pilar, María, Gemma, Mikaela, Agnes No, Agnes Jang, Regina, Priscila y las aspirantes por hacer mi viaje tan provechoso y enriquecedor, no solo culturalmente, sino también en mi fe.
Sally Lucas
Clovis, California, USA
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