Lo primero que el Espíritu Santo me susurraba eran estas palabras de mi madre fundadora, “qué feliz, hijas mías, es nuestra misión, somos depositarias y encargadas de lo que Dios más ama en este mundo, que es la niñez y juventud” (Santa Carmen Sallés)
Verdaderamente la misión de educar es preciosa y me hace feliz. Soy consciente de que los niños son “pedacitos de cielo” aquí en la tierra, y a la vez una responsabilidad grande que Dios deja “en mis manos”. Por todo ello, esta misión educativa requiere de oración, amor, paciencia, servicio, disponibilidad y entrega.
Educar es para mí una misión apasionante que requiere amar sin medida a cada niño y joven desde lo que es y como es, buscando sacar de cada uno lo mejor que lleva dentro. Implica amar desde el verdadero Amor que es Dios y con Él tengo la certeza de que todo es posible, porque Él siempre hace nuevas todas las cosas.
Desde mi vocación-misión, como educadora y religiosa, se me concede el regalo de acompañar los pasos en la fe de niños y jóvenes, compartiendo, viviendo, ayudándoles a crecer y buscando modelar su corazón a imagen de la Virgen.
Cada mañana pido por estos niños y jóvenes que Él me confía y con ellos pedimos por los demás, por nuestro mundo. Me sorprende gratamente la capacidad de acogida, de empatía, especialmente cuando se trata de pedir por otros niños, su silencio en el momento de orar, de pedir y dar gracias desde el corazón. Me gusta decirles como “Jesús escucha especialmente la oración de los niños”, y ellos confían en que sus peticiones son escuchadas, aunque no reciban lo que piden sino lo que necesitan.
Descubro la importancia de caminar junto a ellos, atendiendo sus necesidades e inquietudes, pero también abriéndoles horizontes, realidades que van más allá de lo que les rodea, porque estando en un país desarrollado como el nuestro, tenemos una gran cantidad de pobrezas, empezando por no valorar la vida que hemos recibido, la familia, la gracia de sentirnos amados, de vivir sin miedo, con esperanza…
Me parece fundamental educar el corazón, para que desde ahí “Los niños puedan ayudar a los niños”… acercándoles a diferentes realidades sociales, educando en la solidaridad, haciendo algún sacrificio, privándose de cosas superfluas, colaborando económicamente con niños de otros países (sin olvidar a los que están cerca) y teniendo presente en la oración a los niños que están sufriendo.
Puedo deciros que este año en la carta que escribieron a los Reyes Magos, algunos pidieron ESPERANZA para los niños de Filipinas, amor para aquellos que no se sienten queridos… es hermoso descubrir como sembramos y Dios va dando el crecimiento.
Mi misión de educar es una manera de caminar hacia la santidad, pero me ayuda a descubrir y valorar cada día que en la medida que “me lleno” de Dios, sin darme cuenta lo comunico a los niños, y con ellos, eslabón tras eslabón, vamos formando una cadena de Amor que abraza al mundo.
Termino dando las gracias a todos los niños del mundo porque ellos me ayudan a encontrar a Cristo en su corazón cada día.
M. María Saiz, rcm
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