En el día de Pentecostés, cuando la comunidad apostólica estaba reunida (Hch. 2, 1-12), irrumpió la fuerza del Espíritu de Dios en la tierra. Irrumpió la fuerza que no conoce la confusión de las lenguas, para anunciar que el amor viene de Dios. La humanidad conoció así la fundación de la Iglesia, ya no seríamos llamados siervos sino amigos y una nueva sociedad fundada en el amor verdadero de Jesús, alzaba su mirada para ser servidores del mundo. En Pentecostés Jesús se une indisolublemente con la humanidad y unidos en torno a su amor y servicio, encuentra todo hombre y toda mujer su salvación.
¡Ven, Espíritu Santo!, y derrama sobre nosotros tus dones y tu gracia.
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