Ante el dolor de ver a sus ovejas dispersas, descarriadas y maltratadas, Dios por medio de los profetas promete entonces hacerse cargo Él mismo de su rebaño: «Como un pastor vela por su rebaño (...), así velaré yo por mis ovejas. Las reuniré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de nubes y brumas.» (Ez 34,12; ver Jer 23,3)
Tal promesa la cumple Dios en su Hijo, Jesús. Él es Dios mismo que se compadece al ver a tantos que andan «como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). Él proclama abiertamente ante Israel: «Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da la vida por las ovejas.» (Jn 10,11) Por su vida entregada libremente, por su sangre derramada en el Altar de la Cruz, devuelve la vida a quien la ha perdido, recobra a sus ovejas para reunirlas nuevamente en un único redil y conducirlas Él mismo a las fuentes y pastos de vida eterna.
El evangelio de este Domingo ofrece tres características que permiten reconocer al verdadero pastor: es el que da su propia vida por sus ovejas; es quien las conoce y ellas a Él; es quien está al servicio de la unidad de su rebaño.
Pidamos en este día por los sacerdotes, para que ejerzan su ministerio desde la humildad y sencillez de sentirse pastores-guías-cuidadores del rebaño, que somos los cristianos. Que Dios les conceda la gracia de vivir y actuar como verdaderos representantes suyos en la tierra. Una gran responsabilidad, pero una preciosa misión.
Pidamos también por las vocaciones congradas, para que el número de religiosos y religiosas aumente. No por el hecho de ser más, sino para que el mundo pueda contar con más hombres y mujeres que entreguen su vida generosamente a través de la educación de jóvenes y niños, del cuidado de enfermos, de la ayuda a los pobres y marginados y de otras muchas labores sociales que hoy la vida religiosa tiene encomendada por los cinco contienentes.
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