Las primeras experiencias del verano empiezan a llegarnos al blog ¡Qué alegría nos da que seáis generosos en compartir lo vivido y llenarnos a los demás! Fieles a la invitación de Santa Carmen: "Hay que llenarse para dar", y en eso estamos, invitándoos a enviarnos vuestras vivencias e inquietudes para que la riqueza sea mayor.
Los jóvenes concepcionistas que participaron en la Jornada Mundial de la Juventud disfrutaron a lo grande, conocieron varios países de camino a Polonia y afianzaron su fe y su identidad como cristianos en este encuentro internacional donde el lenguaje del amor y la amistad fue el idioma universal en esos días, con gestos sencillos y cercanos nos entendimos, rezamos, vivimos y compartimos. ¡Qué grande es la Iglesia y que don más hermoso el de haber sido bautizados!
Os invito a leer este testimonio de una alumna del colegio de Hortaleza-Madrid que no os dejará indiferentes. Gracias por compartirlo y gracias por hacernos sonreír a través de estas líneas.
¿Alguna vez
habéis sentido que sois incapaces de dejar de sonreír? Esa sensación me invadió
por completo durante toda la JMJ y es la más bonita e inexplicable de todas las
que sentido. Los primeros días, estaba tan ilusionada que no me extrañó el
hecho de no poder dejar de reírnos, pero me empezó a preocupar cuando incluso
rezando laudes a las seis de la mañana, miraba a mi alrededor y veía sonrisas y
más sonrisas, incluida la que mis labios esbozaban.
Fue llegar a
Lourdes y que toda su agua, su luz y su magia nos inundara. Aunque no todo fue
sobre ruedas, ahí estaban ellas, las sonrisas, a cada cual más radiante, a
pesar de no poder ducharnos, tener que comer y dormir en el suelo, estar
andando a todas horas, y escuchar misa en todos los idiomas existentes. Bajo la
dulce mirada de María, vivimos los primeros días de nuestra gran aventura. Pasamos
por la gruta de Massabielle, y tocamos la roca recibiendo con confianza el
abrazo que Dios nos iba dando a cada uno, en el mismo lugar de las apariciones
a Bernadette. Con cada una de las luces que encendimos aquel día, prendimos
también nuestro deseo de iluminar y ser iluminados; de ser luz para todas
aquellas vidas que nos encontráramos durante la peregrinación y de recibirla
para alumbrar nuestra propio camino, que a veces con poca luz te acabas
tragando algún que otro bache, perdiéndote, o simplemente saltándote un desvío…
Aún
tintineantes llegamos a Lyon. Nuevamente pareció no importarnos subir
dosmilquinientos escalones. ¿Os cuento el secreto? La recompensa superó con
creces el esfuerzo. No fue lo que estáis pensando. Sí, es verdad, un sofá con
wifi hubiese estado de lujo, pero no se puede comparar con la gran catedral que
abrió sus puertas a los peregrinos y nos sorprendió con la panorámica más
bonita de la ciudad. Todo parecía ser lo contrario de lo que era, cada piedra
era un lugar donde sentarse, cada escalón que subir, significaba estar un metro
más arriba, cada curva, una preciosa foto y cada cuesta, era una rampa que
bajar corriendo a la vuelta…
A nuestro paso
por Tréveris y Frankfurt, ya éramos todo unos expertos a la hora de interpretar
el “Es un ratito andando”, “poneos
deportivas cómodas” o “desde el coro se oye y se ve mejor la misa”. Venían
siendo un “está mazo lejos y no vamos en autobús” y un “vamos a estar de pie toda la mañana”. Además a fuerza de estar en el coro, nos
aprendimos prácticamente todo el cancionero. En realidad era todo un placer escuchar como los que tenían el
don de la música, lo compartían con los demás, mientras que tú hacías tu
pequeña aportación entonando como buenamente podías.
Como en las
mejores novelas, cada página que íbamos pasando era si cabe, más inesperada que
en la anterior. Según nos íbamos acercando a Polonia, más personas nos íbamos
encontrando, más historias, más vidas,
más ganas. Todos con un mismo destino, tras responder a una misma llamada y con un mismo sentimiento… Verdaderamente
como dijo el Papa Francisco, “Cuando Jesús toca el corazón de un joven, de una
joven, este es capaz de actos verdaderamente grandiosos. Es estimulante
escucharlos, compartir sus sueños, sus interrogantes y sus ganas de rebelarse
contra todos aquellos que dicen que las cosas no pueden cambiar.” Y es que ni
la burocracia pudo pararnos, bueno, solo un par de horas… ¿Os acordáis de las
sonrisas que os comentaba al principio? Llevábamos ya cinco días fuera y allí seguían,
soportando como campeonas, el sueño, el hambre, la sed y la escasez de datos
móviles.
La estancia
con las familias en Wroclaw, fue toda una lección de misericordia. Una ciudad
que por unos días abandonaba su rutina y se dedicaba por completo a los
jóvenes. Sin conocernos de nada y sin ser capaces de comunicarse en su idioma,
nos abrieron su casa y su corazón. Estando allí me planteé la siguiente pregunta:
“¿hubiese hecho yo lo mismo?” En verdad no me hizo falta responderme; tenía
todavía demasiado que aprender. Nunca pensé que en aquel rinconcito de Polonia, al que apodaron
“Galilea”, recibiría un regalo tan grande. Sentirme como en casa a más de dos
mil kilómetros de ella.
Llevaba todo
el curso esperando que llegara ese momento. Llegar a Cracovia… Y por fin, allí
estábamos, después de pasar por Czestochowa, más ilusionados que un niño de dos
años. Entrando como troyanos en la ciudad, con banderas, cánticos y gritos. Al
parecer, la lluvia también se ilusionó con nuestra llegada y se hacía presente
en los momentos más oportunos. ¿Qué te quejabas del calor? Chaparrón ¿Qué acababas
calado y necesitabas secarte? Sol para ti y para todos. Y aunque nos llovió,
día si día también, llegamos a la conclusión de que no había mejor manera de emPAPArse…
Los días eran
intensos, y el cansancio empezaba a hacerse notar. Dicen que el roce hace el
cariño, y bueno, en mi caso, el roce hace rozaduras… Pero aun con esas, siempre tenías a alguien
al lado dispuesto a relajar el ambiente, alguien con quien hablar, que te diera
una miseria de agua sin gas, que te cediera el sitio al verte cansado, que te
dejase la batería portátil, que te cantara una canción, te hiciese de
traductor, que respondiese a tus preguntas, caminara a tu lado, que te hiciese
una foto o que simplemente, en silencio, te dedicase la mejor de sus sonrisas.
Y son detalles diminutos, que terminas por ver de manera diferente,
descubriendo en ellos un amor que va más allá de las palabras, de los besos o
de los abrazos…
Realmente el
que de verdad trabajó esos días, no fue el cuerpo, sino el corazón. Tenía tanto
que rumiar, preguntarse, compartir y platearse... “Dios espera algo de ti, Dios quiere algo de ti, Dios te espera a ti.
Dios viene a romper nuestras clausuras, viene a abrir las
puertas de nuestras vidas, de nuestras visiones, de nuestras miradas. Dios
viene a abrir todo aquello que te encierra. Te está invitando a soñar” “No os dejéis
anestesiar el alma” nos dijo el Papa en la vigilia de oración. Ni os
imagináis la cantidad de emociones que se pueden sentir cuando el corazón está
a gusto... Y para estarlo, no nos hizo falta nada glamuroso. Estábamos sentados
en el suelo, y aunque empezaba a refrescar a la vez que anochecía, la vela que sosteníamos entre las manos nos
daba el calor suficiente para sentirnos bien, que digo bien, muy bien.
Cada palabra
del Papa era una invitación a abrir el corazón… “Le importas tú. A sus ojos, vales, y lo que vales no tiene precio”
“No tengáis miedo de decirle “sí” con toda la fuerza del
corazón” “Te llama por tu nombre. Tu nombre es
precioso para él” ¿Os imagináis? Dios en medio de aquel caos tan alucinante y
maravilloso, diciendo el nombre de cada uno de los que estábamos allí… A mí imaginarme
esa escena, me sacó una sonrisa.
Cuando ya casi
dominábamos el polaco, los mapas, los zlotys y bebíamos agua con gas, llegó la
hora de emprender el viaje de vuelta. Eso sí, con las frases del Santo Padre en
mente “La JMJ empieza aquí” y “hemos venido a otra cosa, a dejar una
huella. Es muy triste pasar por la vida sin dejar una huella”. Los
quince días que llevábamos celebrando la fe, empezaban a calar en nosotros más
de lo que nos hubiésemos podido imaginar.
En el viaje de
vuelta, el cansancio nos pasó factura, y más que contemplar el paisaje,
recuperamos horas de sueño. Salimos de Cracovia, pero las sorpresas no habían
acabado. Italia esperaba deseosa nuestra llegada y nos acogía como Don Bosco a
sus chicos.
Cuando llegué
a Madrid, todos me preguntaban si había visto al Papa… La verdad, que lo que
para todo el mundo parecía ser el objetivo de la peregrinación, para mi acabó
siendo solamente la guinda del pastel. En realidad sin que nos diésemos cuenta, ya nos habíamos encontrado con quien fuimos a
buscar en la JMJ. Él nos había estado acompañando todo el viaje, y el Papa
Francisco, no pudo expresarlo mejor: “Queridos
jóvenes: habéis venido a Cracovia para encontraros con Jesús”.
¿Sabéis algo
que me llamó mucho la atención? Fuera cual fuese el idioma en el que escuchases
esa última palabra, eras capaz de entenderla. En alguno era con una zeta, en
otros cambiaba la acentuación, pero en todos, JESÚS, IESUS, JESUO, JEZU… se
entiende como en la propia lengua y representa una misma realidad. Descubrí que
esas dos silabas, son nuestro lenguaje universal.
Cualquiera que
nos viese desde fuera, pensó seguro “Están locos estos cristianos”. Pero desde
dentro, lejos de sentirnos ofendidos por ello, nos sentimos orgullos de ir por
los caminos siguiendo la “locura” de nuestro Dios… Realmente es Jesucristo
quien nos impulsa a levantar la mirada, a seguir caminando, a soñar alto y ser
el rostro joven de la misericordia del Padre.
Y es que
todavía hoy al recordar “nuestra aventura” sonrío inconscientemente…
Aurora
Martínez Hernando, alumna de Madrid-Hortaleza
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