“La alabanza a la
Santísima Trinidad –Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo- debe aparecer
con frecuencia en nuestros labios, como brote espontáneo del corazón. Es la
respuesta a su presencia en nosotros”.
REFLEXIÓN
de M. Mª Jesús Mora, rcm
Toda
nuestra vida está tejida en relación con Dios, en relación con los otros. No
podemos entendernos a nosotros mismos ni ser felices, sino es con y junto a los
otros.
Y
es que... llevamos en nuestro ser el corazón de Dios. Somos, expresión de amor
y estamos hechos, configurados para amar y ser amados, para dar y recibir amor.
Nuestro nombre, como el de Dios, es también “amor”. Un amor que recibimos y que
damos aquí en la tierra, y que sí, es un amor limitado -porque no somos capaces
de darnos en la medida de nuestros deseos- pero un amor con un sello de eternidad. ¿Os
habéis dado cuenta de que todos los días al rezar el Padre nuestro, pedimos que
se cumpla su voluntad así “en la tierra
como en el cielo”? ¿Por qué en la tierra como en el cielo? ¿Por qué en el
cielo? Un día me hice esta pregunta y mi corazón encontró una respuesta: ese
amor que recibo aquí, ese amor que doy aquí, no terminará nunca, se continuará
en el cielo; ese empeño incansable de Dios de amar, se perpetuará en la
eternidad... “en la tierra como en el
cielo”.
Llegará
el día en que veamos a Dios cara a cara y que con una sonrisa le podamos decir
en el corazón: “Señor, me amaste... yo, pobremente,
pero con todas mis fuerzas, amé y te sentí dentro de mí. Y ahora, por fin, aquí,
contigo para siempre, este amor se hace total y eterno”.
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