“Los favores obligan, y mucho más cuando son espirituales. Por eso
debemos corresponder a los dones de Dios con amor agradecido y con entrega
generosa”
REFLEXIÓN DE M. ANA ISABEL TRUJILLO, rcm
Queridos
hijos, soy yo…, Carmen Sallés… Hace mucho tiempo que
no me ponía en contacto con todos vosotros y me alegra poder hacerlo porque me
encanta contaros todo lo que el buen Dios hizo en mi vida y continúa haciendo.
En cada etapa del camino me he encontrado con
mucha gente buena que me ha cuidado no sólo en el aspecto material, sino
también en el espiritual. Estoy segura de que todas esas personas han sido
regalos que Dios ha ido poniendo en mi vida y que me han ayudado a descubrir
cuánto me ama.
He sido bendecida por muchos dones, no es que me
falte humildad al reconocerlo, pues como decía Santa Teresa: “la humildad es
andar en verdad”.
Recibir la vida y crecer en el seno de una familia
numerosa en la que me inculcaron el valor del esfuerzo y la responsabilidad, la
importancia de cuidar los pequeños detalles…, el colegio de la Compañía de
María en el que fui educada, mis amigos y cómo no la vocación.
Fueron muchos años de búsqueda hasta encontrar el
camino que Dios me estaba indicando y en el que experimenté momentos difíciles,
pero… ¿sabéis?
En todos ellos tuve la certeza de que eran sus
manos los que me levantaban en los fracasos y sostenían mi entrega. Su Palabra,
la que daba sentido a mi vida y alentaba cada uno de mis pasos; la eucaristía,
la que me fortalecía y me ayudaba a confiar en Él cada día más.
Su mirada me hablaba de ternura, de un “inténtalo
de nuevo”, sabes que estoy contigo siempre y no te voy a fallar.
Pero hay momentos que recuerdo con especial agradecimiento
y fue cuando Jesús me ayudó a descubrir que me amaba en mi debilidad, así con
mis límites y fragilidades. Y eso me hizo más humana, más sencilla, más cercana
a las debilidades, a los límites y fragilidades de las personas.
Dios me regaló mucho y dentro de mí iba creciendo
un deseo de entrega cada vez mayor. Jesús me iba pidiendo como un “plus”, un
algo más. Me pedía entregar mi vida en lo sencillo, en lo pequeño, que no me
moviera por las apetencias, me pedía desinstalarme y dejar aquello en lo que yo
había puesto mi seguridad, ir a lo esencial de la vida y entregarla sin medida,
con generosidad.
Y así fue cómo abandonada en Él y apoyada en su
Fidelidad le fui entregando la vida, la que Él me regaló y en la que fui feliz
porque intenté colaborar para que se cumpliera en mí su sueño.
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