domingo, 12 de marzo de 2017

ECOS DEL PENSAMIENTO DE STA. CARMEN Nº 31

“Los favores obligan, y mucho más cuando son espirituales. Por eso debemos corresponder a los dones de Dios con amor agradecido y con entrega generosa”

REFLEXIÓN DE M. ANA ISABEL TRUJILLO, rcm
Queridos hijos, soy yo…, Carmen Sallés… Hace mucho tiempo que no me ponía en contacto con todos vosotros y me alegra poder hacerlo porque me encanta contaros todo lo que el buen Dios hizo en mi vida y continúa haciendo.
En cada etapa del camino me he encontrado con mucha gente buena que me ha cuidado no sólo en el aspecto material, sino también en el espiritual. Estoy segura de que todas esas personas han sido regalos que Dios ha ido poniendo en mi vida y que me han ayudado a descubrir cuánto me ama.
He sido bendecida por muchos dones, no es que me falte humildad al reconocerlo, pues como decía Santa Teresa: “la humildad es andar en verdad”.
Recibir la vida y crecer en el seno de una familia numerosa en la que me inculcaron el valor del esfuerzo y la responsabilidad, la importancia de cuidar los pequeños detalles…, el colegio de la Compañía de María en el que fui educada, mis amigos y cómo no la vocación.
Fueron muchos años de búsqueda hasta encontrar el camino que Dios me estaba indicando y en el que experimenté momentos difíciles, pero… ¿sabéis?
En todos ellos tuve la certeza de que eran sus manos los que me levantaban en los fracasos y sostenían mi entrega. Su Palabra, la que daba sentido a mi vida y alentaba cada uno de mis pasos; la eucaristía, la que me fortalecía y me ayudaba a confiar en Él cada día más.
Su mirada me hablaba de ternura, de un “inténtalo de nuevo”, sabes que estoy contigo siempre y no te voy a fallar.
Pero hay momentos que recuerdo con especial agradecimiento y fue cuando Jesús me ayudó a descubrir que me amaba en mi debilidad, así con mis límites y fragilidades. Y eso me hizo más humana, más sencilla, más cercana a las debilidades, a los límites y fragilidades de las personas.
Dios me regaló mucho y dentro de mí iba creciendo un deseo de entrega cada vez mayor. Jesús me iba pidiendo como un “plus”, un algo más. Me pedía entregar mi vida en lo sencillo, en lo pequeño, que no me moviera por las apetencias, me pedía desinstalarme y dejar aquello en lo que yo había puesto mi seguridad, ir a lo esencial de la vida y entregarla sin medida, con generosidad.
Y así fue cómo abandonada en Él y apoyada en su Fidelidad le fui entregando la vida, la que Él me regaló y en la que fui feliz porque intenté colaborar para que se cumpliera en mí su sueño.


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