El
domingo se celebra litúrgicamente la FIESTA DEL CORPUS CHRISTI, fiesta que se
ha venido celebrando el jueves posterior a la Solemnidad de la Santísima
Trinidad y que se trasladó al domingo por hacerlo coincidir con fiesta laboral.
En algunas comunidades autónomas el jueves es festivo y, mis alumnos de
primaria se hacen un lío porque ya no saben qué celebran el jueves (que no hay
cole) y qué celebrarán el domingo… Por eso este año mi respuesta ha sido: “¡LA
FIESTA DEL CORPUS ES SIEMPRE! ¡Es todos los días!” Y ellos me miran extrañados…
“La celebramos un día concreto, para hacer fiesta grande, y se saca en
procesión el Cuerpo de Jesús para adorarlo y contemplarlo, pero es todos los
días porque muchas personas comulgan a diario y, cuando estas personas van a
sus casas, a sus trabajos…, llevan a Jesús consigo, llevan a Jesús a los demás,
ellos mismos, en cierto modo, son Jesús: las manos de Jesús, los ojos de Jesús,
los pies de Jesús… para el mundo.”
Jesús
está siempre en el sagrario, el día del Corpus es adorado y venerado en las
bonitas custodias que salen procesionalmente en pueblos y ciudades. Una fiesta
preciosa que nos recuerda que Jesús está presente realmente bajo las especies
del Pan y el Vino, le descubrimos ahí, mediante nuestra fe y nuestro amor. Una
fiesta que nos recuerda que Él está siempre con nosotros, porque desea nuestra
amistad y desea que estemos siempre juntos y no nos alejemos de Él. Porque
desea hacerse “alimento” para darnos fortaleza, para hacerse uno con nosotros
cuando lo recibimos en la comunión.
Para realizar este vivir con nosotros, a la espera del Cielo, se quedó en nuestros Sagrarios. Así hizo posibles aquellas recomendaciones antes de su partida: “Permaneced en Mí y Yo en vosotros. En adelante ya no os llamaré siervos, sino amigos... Permaneced en mi amor”
¿Cuántas veces he comulgado ya en mi vida? Yo de pequeña las contaba: “es mi cuarta comunión, la quinta…”, luego dejé de contar, claro. Una amistad profunda con Jesús ha ido creciendo en tantas Comuniones, en las que Cristo nos ha visitado, y en tantas ocasiones como nosotros hemos ido a verle al Sagrario. Allí, oculto a los sentidos, pero tan claro a nuestra fe, Él nos esperaba; a sus pies hemos afirmado nuestros mejores ideales, y en Él hemos abandonado las preocupaciones, lo que en alguna ocasión nos podía agobiar... El Amigo comprende bien al amigo. ¡Si un día pudiéramos decir también nosotros, como San Pablo: “Ya no soy yo quien vive, sino Cristo en mí”! Palabras que también expresó Santa Carmen en su vida y que compartió en una de sus cartas a las religiosas.
Cuando contemplamos a Jesús en el Sagrario, cuando lo recibimos en la Comunión, se anulan las distancias… ¡qué misterio tan grande! Donde el tiempo pierde sus límites ante esta Presencia que es vida eterna y pregustación de lo que será el gozo celestial.
Pidamos a Dios Padre que aumente nuestra fe y nuestro amor para poder profundizar en este misterio tan grande y gozar de él, que nos conceda ser conscientes de cada comunión y recibirlo con el respeto y devoción que merece. Salgamos el jueves o el domingo a las procesiones de nuestro pueblo o ciudad, la más pacífica y bella manifestación de cristianos que AMAN A SU DIOS y desean expresarlo y comunicarlo.
Para realizar este vivir con nosotros, a la espera del Cielo, se quedó en nuestros Sagrarios. Así hizo posibles aquellas recomendaciones antes de su partida: “Permaneced en Mí y Yo en vosotros. En adelante ya no os llamaré siervos, sino amigos... Permaneced en mi amor”
¿Cuántas veces he comulgado ya en mi vida? Yo de pequeña las contaba: “es mi cuarta comunión, la quinta…”, luego dejé de contar, claro. Una amistad profunda con Jesús ha ido creciendo en tantas Comuniones, en las que Cristo nos ha visitado, y en tantas ocasiones como nosotros hemos ido a verle al Sagrario. Allí, oculto a los sentidos, pero tan claro a nuestra fe, Él nos esperaba; a sus pies hemos afirmado nuestros mejores ideales, y en Él hemos abandonado las preocupaciones, lo que en alguna ocasión nos podía agobiar... El Amigo comprende bien al amigo. ¡Si un día pudiéramos decir también nosotros, como San Pablo: “Ya no soy yo quien vive, sino Cristo en mí”! Palabras que también expresó Santa Carmen en su vida y que compartió en una de sus cartas a las religiosas.
Cuando contemplamos a Jesús en el Sagrario, cuando lo recibimos en la Comunión, se anulan las distancias… ¡qué misterio tan grande! Donde el tiempo pierde sus límites ante esta Presencia que es vida eterna y pregustación de lo que será el gozo celestial.
Pidamos a Dios Padre que aumente nuestra fe y nuestro amor para poder profundizar en este misterio tan grande y gozar de él, que nos conceda ser conscientes de cada comunión y recibirlo con el respeto y devoción que merece. Salgamos el jueves o el domingo a las procesiones de nuestro pueblo o ciudad, la más pacífica y bella manifestación de cristianos que AMAN A SU DIOS y desean expresarlo y comunicarlo.
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