Si a la vida cristiana la llamamos vida “espiritual”, es por ser una vida
suscitada y mantenida por el Espíritu. Desde el momento de nuestro bautismo el Espíritu Santo habita en nosotros, nos guía, sostiene, fortalece y anima.
El Espíritu Santo es el
animador de tu vida de oración, porque “nosotros no sabemos pedir como
conviene, mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”
(Rm 8, 26). Te ayuda, cuando rezas, a dejarte llevar por el impulso del Hijo hacia el
Padre, que te hace repetir con amor y confianza: “¡Abba! ¡Padre!”. En lo
más hondo de ti se une a tu corazón. Te invita, al orar, a que le acojas como el que viene a colmar tu
corazón y a regenerarlo.
Siente la presencia del Espíritu en tu vida, déjale actuar, déjate llevar y colabora con tu vida en los planes que Dios tiene pensado para ti.
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